por Alfredo González Martínez
El espectro del capitalismo primitivo ronda siniestramente en Puerto Rico entre columnas de periódicos, comentarios radiales, nuevas leyes de incentivos industriales y propuestas de reformas económicas. Es el mismo espíritu atrasado que modernamente se apoderó del gobierno de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña; del gobierno de EE.UU., presidido Reagan; y del gobierno de Pinochet, en Chile. Este espectro ha dejado sus fluidos nocivos en muchas gestiones públicas en Puerto Rico. Nuestra defensa ha sido la protección espiritual de una suspicaz cultura solidaria, forjada en el aprendizaje ante los abusos centenarios de las corporaciones azucareras y tabacaleras.
Reaparece sigilosamente el fantasma disfrazado con un manto de buenas intenciones y de promesas solucionadoras del mal funcionamiento del gobierno. Se manifiesta en forma de una doctrina y culto sobre la alegada infalibilidad del mercado y la eficiencia de la libre empresa para organizar e impulsar mágicamente nuestro progreso económico.
El íncubo de la privatización frenética capitalista sobre la desnuda realidad de las empresas ambiciosas ha engendrado, en la práctica, un régimen de medio-capitalismo. Sus líderes reniegan de la intervención gubernamental mientras el negocio sea lucrativo. La imploran cuando tienen pérdidas.
La seductora fantasía del capitalismo salvaje chileno ha sido desmentida por agencias internacionales a pesar de la propaganda de sus defensores. La privatización en Inglaterra, de acuerdo a Máximo Florio de MIT, ha tenido un insignificante efecto macroeconómico y sobre la eficiente operación de las empresas privatizadas. El aborto espantoso del medio-capitalismo norteamericano se ha manifestado con toda su malignidad. Se ha reconocido como el responsable de la crisis de hipotecas subvaluadas y del arresto de líderes corporativos de Bear Stearns. La reducción indiscriminada del tamaño del gobierno ha menoscabado la capacidad reguladora y de defensa contra desastres naturales de F.E.M.A., Food and Drug Administration y el U.S. Army Corps of Engineers.
El efecto más insidioso de la virulencia capitalista en los Estados Unidos, a partir de los setenta, ha sido el empeoramiento en su distribución del ingreso y de la riqueza. El grado de desigualdad actual es sólo semejante al existente previo a la Gran Depresión del Treinta.
Mientras el espíritu de capitalismo dogmático sigue imperceptiblemente apoderándose de la mente y la voluntad política de Puerto Rico, el pueblo ignora los dañinos efectos permanentes de sus propuestas hipnóticas, como las del Colegio de Contadores Públicos Autorizados. Su estructura está fundamentada en la ideología del capitalismo voraz. Usan como carnadas, entre otras, la necesidad de un cambio ante la actual crisis económica, el buscar una mayor eficiencia gubernamental, el eliminar la reglamentación excesiva y el ofrecimiento de un crédito contributivo al ingreso devengado. Propone también la privatización de instituciones como la educación pública, el Fondo del Seguro del Estado…
La mayoría de estas ‘iniciativas” han sido parte de la agenda conservadora del republicanismo norteamericano, en boga en los recientes treinta años. Propuestas que están muchas actualmente desacreditadas ante la opinión pública y combatidas por los defensores de un capitalismo más moderado. Sus proponentes aprovechan la coyuntura de las elecciones insulares en Noviembre 2008 y las defensas bajas del electorado boricua para introducirlas, después que sus iniciativas fracasaron en Estados Unidos.
Los sumos sacerdotes del culto continuarán con su maleficio para alcanzar su interés de ganancias particulares sin límites a cambio de la promesa paradisíaca de una eventual filtración de beneficios entre los ciudadanos más pobres. Al culminar el proceso de crecimiento económico inestable, hasta los médiums invocadores del régimen se percatarán de sus promesas incumplidas. Peor, sus propuestas habrán sido dañinas inclusive para la mayoría de sus negocios. Ya será tarde. Estaremos todos ardiendo en las pailas del infierno.